martes, 24 de febrero de 2009

El último adios

“Abrí la puerta y salí a la selva
desierta de tu abandono”
“Anonimisado”.


Le decían “el dinosaurio”, y más que ganado se lo tenía: Ni el dueño del lugar donde laboraba tenía tanto tiempo y experiencia como él. ¿Su nombre?, quedó atrapado en algún lugar de su vida, allá en un lugar de su metamorfosis de hombre a músico. De hecho, preguntar su nombre era un sacrilegio. Para todos, “el dinosaurio” debía ser suficiente (“dino”, con más confianza).
No es precisamente el más importante, pero es fundamental: la historia se desarrolla alrededor de nuestro personaje “prehistórico”, mas no es su historia, es la mía.
Éste, que el tiempo le concedió un poco de su sabiduría, me inculcó el amor por el arte: Le encantaba leer, jugar videojuegos (el arte más lindo y puro, por supuesto); músico por profesión (su fuerte, las serenatas), muy observador, conservador y trotamundos… La idea es que siempre cargaba conmigo, y esas cosas se pegan por ósmosis.
“Estoy viejo, pero aún fuerte”, solía decirnos a menudo, sobre todo al regresar de su trote matutino(al que, por suerte, siempre me lo perdía). Siempre encontraba la ocasión de hacernos retarlo: “Ya me canse, pero tu no puedes”, “¡Apostamos!” – Solíamos caer con frecuencia, creo que por aquello del dicho: “Más sabe el diablo…” -. Regularmente él ganaba.
La vida quiso probarme, y me separó de mi abuelo, “el dinosaurio”, sólo pasaron unos meses, que parecieron años, cuando lo vi por vez última. Como era su costumbre, me retó a una partida de ajedrez, yo quería que apostara su dentadura pero se negó, de igual modo estaban en juego unas sabritas para el ganador… escogió Doritos nacho. La verdad es que sabía dos cosas: Él ganaría, y aparte de pagar las papas me convidaría de su “botín” (la vida es tan sencilla a los siete años…). Fue una tarde linda, serena, eterna… pero no lo suficiente como para ser la despedida.
Mis padres tuvieron una disputa (otra vez) acerca de quien se quedaría conmigo. Jamás entendí por qué los padres te dicen que quieren lo mejor para ti, pero nunca te preguntan qué sería eso. Terminé es casa de mi papá. No me dejaba asomar las narices de “su fortaleza”, que en realidad era la casa de mis abuelos, sus padres. Al final, me tuve que resignar a mi nueva vida.
Cierto día, más compasión que cariño, obligó a mi padre llevarme a visitar a mi "dinosaurio". Estaba tan acabado, enfermo, solo… No sé qué creía, o de dónde imaginé que jamás se extinguiría, pero al fin de cuentas nadie se escapa, por muy grande e importante que sea. Me volvieron a aislar de su presencia “para protegerme”. Pero un par de meses después, como a inicios de junio, lo soñé de un modo muy extraño: se despedía de mi para siempre…

-Ya me voy, se feliz.

- ¡Llévame contigo!

-A dónde yo voy, aún no te corresponde ir. no te preocupes, estaré cuidándote, cada vez que me hables te escucharé, siempre que tu lo desees estaré contigo…

-¡Gracias! -me limpió las lágrimas con su pañuelo favorito-. Pero quiero verte otra vez.

- Bueno, despierta y veras lo que aún te espera...

Una despedida a través de las miradas: “adiós”, “Te quiero, ve con dios”… Esa mañana desperté, y efectivamente, el dinosaurio seguía ahí, en mi corazón.