martes, 18 de agosto de 2009

Soledad

Caía la tarde como gotas de lluvia, llenando calles con torrentes acuosos y cerrando el tránsito vehicular. Los acobijados de dios, friolentos, buscaban refugio entre los arboles lluviosos.

Era una de esas tardes donde el sentido común, el menos común de los sentidos, se paraban en las plazas solitarias preguntando por cosas como la ética, la profundidad filosófica en la vida de los pájaros, o que si la pena de muerte era realmente una pena…

Buscando entre mis cosas tomé el último cigarro para completar el placer de observar esta panorámica desde la ventana de este café, uno de esos donde lo mejor del local es la nieve Americana, las bebidas enlatadas y los cigarros. Un cigarro más, solo uno, el último… no es que ya no cupieran en el cenicero o de plano que haya saciado mis deseos de fumar, sino que ya era el último de todos los cigarros disponibles para mí en esta mediocridad.

Encendí el cigarro, al momento en que este pequeñejo se me acerco con cajetillas nuevas y encendedores, y terminé la tarde con el placer de sus gotas.

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